sábado, 4 de julio de 2009

O la mecha estaba mojada o iba de farol, o quizá sea que la intención originaria de compartir lo que ve mi estomago y tragan mis ojos, se ha convertido en una necesidad terapéutica.

Y más aún ahora que recorro las calles de Ramallah como un indocumentado. Como muchos ya sabéis, me birlaron el pasaporte, o para ser más preciso y menos literario, me lo deje en el baño y le crecieron alas. Debía tenerlo planificado pues un descuido de un par de minutos le valió para abandonarme. Tanto mimo debió agobiarle y se marchó, una reacción muy propia del siglo XXI.

La preocupación se vuelve un problema y el problema se convierte en putada si esto te sucede en Palestina. La lógica, pierdo pasaporte, pido uno nuevo, me lo entregan y listo, aquí no funciona.

Primer inconveniente, no puedo ir al consulado español en Jerusalem ya que sin pasaporte no puedo cruzar el check-point de Qlandia.
Segundo inconveniente, no puedo salir de Ramallah pues en cualquier dirección hay check-points que me impedirían el paso.
Tercer inconveniente, no puedo denunciarlo ante la policía israelí puesto que mi movilidad es nula. Tengo la denuncia de la policía palestina cuya validez ante la potencia ocupante es dudosa.
Cuarto inconveniente, la capacidad de acción y reacción del consulado español ante los israelís es mínima.
Quinto inconveniente, una vez tenga el nuevo pasaporte, necesito la visa israelí (el sello) para poder moverme, lo cual nadie sabe el tiempo que tomara, ni el tipo de interrogatorios que deberé pasar.

Tras varios días rompiéndonos la cabeza, hablando con unos y con otros, llegas a la perturbadora conclusión de que tu destino en esta tierra está en manos de los israelís y que sólo la suerte y la subjetividad de los soldados y funcionarios con los que te vayas cruzando marcaran tu futuro. Nadie que no haya estado aquí puede hacerse una idea de lo supone tener problemas con los israelís y el nivel de paranoia que éstos generan.

Como un castigo escolar, te impones escribir mil veces en la pizarra que no estas haciendo nada malo, que no estas infringiendo ninguna ley, que tienes que ser fuerte por si te toca aguantar horas de interrogatorios y que su máxima arma contra ti es la deportación...

El pasado jueves, el vice-consul español en Jerusalem lanza un comunicado al capitán israelí Avidan para que permita el paso por Qlandia al indocumentado ciudadano español, Sergio Escriche Ramos.

Antes de salir hacia allá, una nerviosa compañera holandesa trata de convencerme para que no les diga que perdí la documentación y que vivo en Ramallah, insiste en que la verdad me puede generar muchos problemas. Dudas como melones y nervios a 220w. A pesar de todo, creo que la decisión está tomada, diré la verdad. Me despido de Borja, su cuerpo desprende un voltaje parecido al mio, “no seas cabrón y vuelve pronto”.

Begoña me acompaña. Llegamos a Qalandia y nos colocamos en la primera fila que vemos. Poco antes de atravesar el torno, nos damos cuenta que la persona que controla ese acceso es una soldado a la cual ya tenemos fichada por sus malas formas. Hoy grita como un cerdo pasado por el cuchillo, pero por desgracia para la humanidad esta expresión es solo un símil barato. Hace unos días nos enteramos que las mujeres que controlan el paso en los check-points son todas voluntarias. Peones del sionismo, con cerebro de caballo y corazón de piedra como una torre.

A escasos metros de acceder a sus dominios, tomamos la correcta elección de darnos la vuelta y esperar desde el principio en otra cola. Pocos minutos después celebramos la decisión, pues en el otro acceso, el soldado de turno me da el paso sin ningún tipo de comprobación. Así de aleatorias son aquí las cosas.

Primer escollo salvado. Autobús a Jerusalem y llegada a la comisaria israelí a poner la denuncia. En la puerta tres soldados me revisan la mochila, le explico a una mujer el forzado motivo de mi visita. Me pregunta donde sucedió el robo, cuando oye Ramallah, la mueca de su cara no ayuda a tranquilizarme. Tercer piso, una hora esperando en una minúscula sala de espera junto a un calabozo de donde sacan palestinos esposados de pies y manos. A sabiendas de la espera que afrontaría, cogí mi libro, lo que no podía imaginar es que al empezar el nuevo capítulo, al personaje principal lo enchironarían. Cierro el libro y abro un arco iris de especulaciones y desvaríos psicopáticos.

Hoy es mi día de suerte. Jorge, un policía argentino, me toma declaración en español, con una educación y cordialidad tal, que pienso en abrazarlo. Me libro de los sesudos interrogatorios de los que tanto me habían advertido. Salgo de la comisaria con una sonrisa propia de anuncio de dentífrico.

Aunque no todo esta hecho, la tranquilidad vuelve al hogar. Como aquellos torturados que añoran a sus torturadores, vuelvo a Ramallah, sabiendo que hasta que no llegue mi nuevo pasaporte no me podré mover de allí, pero hoy eso ya me da igual. Pasado mañana llegan nuestros amigos y nos reiremos de esta aventura saboreando unas ricas cervezas palestinas...el mundo esta jodidamente loco.

5 comentarios:

  1. Brindo desde Madrid por ese final feliz...sin interrogatorios paranoicos y por los Argentinos que nunca se sabe por qué,acabaron tomando declaración en Israel a sus hermanos españoles...confío en que las risas serán carcajadas involuntarias,incontroladas, fieles compañeras de la paz que las acompañan...
    "Gracias por volver pronto, cabrón"

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  2. Desde MadriZ se respira ya más tranquilamente y se nos estira el corazón que teníamos en un puño!Me alegra leer estas líneas que describen el final feliz,me alegraré aún más cuando lea que estais todos juntos tomando unas birras palestinas a la salud de los que os pensamos desde Madriz...un beso a toda la tropa!

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  3. Ay piticli, que buena decisión de cambiar de torno,... Como cuando estás esperando la cola en el super y de repente ves una más vacía..

    Salud compañero!!

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  4. Qué tal chicos!
    Me alegro que lo del pasaporte quede en una anécdota con la que echarnos unas risas a vuestra vuelta.
    Un beso muy fuerte desde madrid a todos los que estáis allá, se os echa de menos.

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  5. Encontré Madrid limpio, ordenado, e ignorante. Las mujeres mostraban demasíada carne; burdo intento de competir con la belleza sensualmente cubierta de las Palestinas. Claramente nos adelantan en el juego de lo insinuado en lugar de lo entregado. En vista de que teníamos que esperar hora y media a nuestro búho en el Paseo de Moret, nos agregamos al botellón del Parque del Oeste. A penas a metro y medio de distancia, un grupo de chicos decidió hacer pis en fila mientras gastaban bromas sobre el tamaño de su polla. Sopesé seriamente volverme a Ramallah. Lo de aquí no es elegante. A cambio, pude besar a Alejandro en la calle.

    La llegada a casa fue más amable y me devolvió algo del aprecio por mis cosas. Por la mañana me desperté confundida y nostálgica; me imaginé apareciendo, como siempre la primera, frente al inmenso ventanal que inundaba el salón, Jerusalem dibujándose a lo lejos; y haciéndome un té despacio para no despertar a los que aún en su plácido sueño me hacían compañía, y ahora echo de menos. Los viajes en avión no tienen tránsito, de modo que durante unos días se vive en dos mundos paralelos, casi siempre uno más deseado que el otro; tal vez sólo uno deseado, y el otro simplemente asumido por rutina, engañosamente apreciado.

    Nadie me interroga ni se aproxima a mí empuñando un arma. Pero no me siento más segura ni más en paz. Este mundo es pasivamente cómplice de lo que sucede en aquel. Nuestra miopía no nos permite ver más allá de nosotros mismos; el egocentrismo no puede avanzar más que hacia adentro, y no tiene más finalidad que la asfixia. Ningún soldado grita a un Palestino para que vuelva a pasar por el arco de metales. No hay una embarazada de la mano de un niño haciendo cola en un check point durante dos horas a pleno sol. No se detiene cada día a un menor por tirar piedras a una tanqueta, no se viola un hogar en plena noche para asesinar a un padre de familia; los bulldozers no destruyen casas arbitrariamente, no se patrullan sistemáticamente los campos de refugiados con el único fin de atemorizar. Pero no me siento más segura ni más en paz. Sólo más cómoda, si consigo volverme a cegar.

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    Saludos blogeros conocidos y desconocidos.

    De vuelta de Palestina, puedo atestiguar que a vuestro amigo le ha cambiado el tono de sus músculos desde que tiene su nuevo pasaporte. Ahora disfruta de unos días en Jordania.

    Begoña

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